jueves, 7 de octubre de 2010

"Abejita Abi"

Habia una vez una abejita llamada "Abi".
Mientras disfrutaba de un paseo por el
campo, la abejita se posó sobre los
pétalos de una margarita, movia las
alitas suavemente mientras libaba el
delicioso polen.

Luego siguió revoloteando en una y
otra flor, jugueteando y jugando a las
escondidillas, voló, voló hasta que se
cansó y quedó dormida dentro del
capullo de una rosa sedada por el rico
aroma.

Cuando despertó se asustó porque el
sol ya se había ido a dormir y sus
compañeras ya no estaban. En la
oscuridad trató de ubicar el camino
que la regresaria al panal pero
irremediablemente se había perdido.

Negros nubarrones cubrieron el cielo,
gruesas gotas caian en forma de
tormenta, su pequeño cuerpo era
cruelmente azotado contra las copas
de los árboles (recordándole que la
felicidad no es eterna, son solo unos
breves instantes en un pequeño limite
de tiempo), horrorizada y con las alas
empapadas buscó refugio en el
recoveco del tronco de un roble.

La corriente lodosa y fría arrastrando
hojas, rocas y ramas amenazaba con
ahogarla. En el último instante llegó
en su auxilio un topo regordete que
utilizaba gruesos cristales en los ojos
con sumo cuidado la tomó en sus
brazos y la llevó a vivir a su
madriguera.

Sus alas dañadas y su cuerpo con
múltiples heridas ardía en fiebre, Don
Topo cuidó de ella de día y de noche
aluzándose tan solo con una pequeña
luciérnaga, y no descansó hasta verla
sana y totalmente recuperada.

El otoño dió paso al invierno, gruesos
copos de nieve cubrieron la pradera,
abeja Abi quiso regresar al campo, pero
en esas circunstancias era prácticamente
imposible, no había flores, ni existia el
calor del sol, hacerlo en estas circunstancias
significaba morir de hambre y frío.

Rázón por la cual tuvo que pedir permiso
al dueño de ese hogar para poder quedarse
hasta que llegase la primavera.

Con el trato diario Don Topo se enamoró
perdídamente de la abejita,pero ella extrañaba
las rosas y sus paseos al aire libre bajo la tibieza
de los rayos solares.

Algunas ocasiones aburrida del
encierro recorría aquellos pasadizos
que en el futuro serían su hogar,
oscuros, negros y húmedos.

Un anillo de compromiso formado con
raíces de plantas quedó en el dedo de
abeja Abi, que a cada momento creía
morir de tristeza en ese lugar.

Las hormigas y arañas trabajaban
incansablemente en la confección del
ajuar de los novios.

Cierta noche la abejita no podía dormir
silenciosamente dejó su recámara para
ir a caminar en la soledad de ese mundo
extraño y lóbrego. Recorrer ese lugar
le disgustaba pero cansarse era bueno
porque asi podría dormir un poco.

Después de haber recorrido algunos
túneles de ese lugar sus pequeños
pies tropezaron con algo, en la
oscuridad solo escuchaba unos
ahogados y lastimeros quejidos, con
precausión se dispuso a investigar de
quien se trataba, era nada menos que
un joven jicote que también había sido
victima de la tormenta y una fuerte
ráfaga de viento lo habia arrojado
hasta ese lugar.

Abi regresó a la cocina y robó algo de
agua y alimento y presurosa acudió
en auxilio del jicote, con cuidado curó las
heridas al joven visitante y noche a noche
regresó hasta que su amigo recuperó la salud.

El invierno subió a su carruaje de hielo
para dejar libre el paso a la carroza de la
primavera, nuevamente el sol volvía a brillar,
flores multicolores adornaban el campo,
jicote dijo a Abi: -ven conmigo sube a mis alas,
¡yo te llevo!.

Por una pequeña rendija la luz del
sol se filtraba indicándoles el camino
hacia la libertad.

Pero Abi no quería traicionar a Don
Topo, la nobleza de su corazón le
decía que no, que no huyera que
recordara cuando él salvó su vida,
cuando curó sus heridas y alimento
con granos de azucar su apetito
voráz.

Hincándose a sus pies le dijo: Topo,
Topito, yo te quiero como a un amigo,
te agradezco haber salvado mi vida,
pero quedarme a vivir en tu mundo
equivale a morir en vida, yo añoro
las rosas, el calor del sol, la vida en
el campo, yo solo puedo quererte como
amigo, si tu quieres eso para mí me
quedó a tu lado, una pequeña lágrima
rodó por la mejilla de él. Y le dijo:
¡anda ve!, ¡vuela y sé feliz!, sé feliz
amor mio, que si tu lo eres, yo también
lo seré

Abi se casó con Don Jicote y fueron
felices eternamente.

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